Nuestro batallón, había penetrado profundamente en el territorio de las islas, permaneció algún tiempo ocupando esa posición. No habíamos entrado en combate, no conocíamos al enemigo. Teníamos noticias de la guerra, por los lejanos estallidos y el zumbido de los aviones supersónicos, se escuchaban sin regularidad, no teníamos hora, todo estaba muy tranquilo. Quizás demasiado tranquilo para una guerra. Lo inhóspito del clima y el terreno, la incertidumbre hacia que un perceptible nerviosismo, se apoderaba del batallón, en todos sus cuadros. Recibimos con alegría la orden de replegarnos. No por el hecho de replegarnos, sino por el hecho de movilizarnos.
Todo fue muy rápido, demasiado rápido, algo no andaba bien, dejamos todo lo que pudiera dificultar nuestra marcha, material pesado, y hasta cajas de alimentos. Las órdenes comenzaron a sucederse, los jefes nos instaban a una marcha veloz, a no escatimar esfuerzos,a no caminar erguidos, para no ofrecer blanco al enemigo – ¡Vamos soldado apure, vamos! -. Casi sin darnos cuenta, descendimos la primera colina. Todo estaba más o menos en orden, a pesar de lo apresurado de nuestra marcha. La excitación no nos permitió darnos cuenta de lo abrupto del terreno.
Cuándo comenzamos a ascender la ladera, de la próxima colina, creí sentir un zumbido, como un aleteo, pero no le presté atención, estaba demasiado ocupado tratando de conseguir aire para mis pulmones, mis piernas temblaban, necesitaba imperiosamente descansar, a pesar del frío sudaba copiosamente –¡Vamos soldado, un esfuerzo más!-. Me molestaba todo, quería sacarme el casco y las botas, dejar el fusíl, todo pesaba una tonelada, para mí debilitado cuerpo. A medida que ascendía la colina disminuía mi visión, era como si me estuviera quedando ciego, en un momento dado, me pareció escuchar el aleteo, que había escuchado anteriormente y me trajo un sabor amargo a la boca, en ese instante, no supe porqué, pero no tardé en averiguarlo. Quizás era la única defensa, que pudo ensayar mi maltrecho cuerpo – ¡Buscar refugio, buscar refugio-. gritaban los jefes. En esos momentos no supe qué era, todos corrían y se tiraban tras las rocas, anteponiéndolas como defensa, como protección. No era gran cosa. No era nada. Cuando estuve tras una roca, que me pareció sólida y creí estar a salvo de algo, de no sé qué, fue entonces cuando sentí el metálico aleteo, multiplicado por quince. Enormes y veloces helicópteros se dirigían directamente a nosotros, no intenté ni siquiera la defensa de un disparo, me acurruqué detrás de la piedra. Un temblor ingobernable se apoderó de mi cuerpo, fue entonces que conocí el miedo, su real dimensión. El miedo me convirtió en su esclavo, hacía de mí lo que quería, era mi amo y señor, las balas del enemigo comenzaron a picar cerca nuestro, eran impactos secos, metálicos no hacían demasiado ruido. Los helicópteros pasaron una y otra vez sobre nosotros, cada vez mas bajo, cada vez más certero, pareciera que la orden era matarnos a todos o a casi todos, el batallón no se amedrentó, respondió al fuego con fuego. En esos momentos de peligro supremo, se ve quién es quién. Mientras yo sollozaba impotente y paralizado por el miedo, otros enfrentaban decididamente a los monstruos volantes, descargando sin tomar precauciones para cubirse, sus armas, o hacían con total decisión y fiereza, habían superado el miedo, habían superado el temor, ya casi no eran seres humanos, eran combatientes, combatientes de Malvinas. Yo estaba avergonzado, terriblemente avergonzado, por no haber podido ayudar a mis compañeros, sabía que era una deuda que alguna vez tendría que pagarla y la pagué, vaya si la pagué.
No supe bien cuando se fueron pero se fueron, gritos de júbilo partieron detrás de las piedras, yo también grité, todos corrimos hacia el mismo punto y nos abrazamos como nunca lo habíamos hecho, allí sentimos la inmensa felicidad de vivir, simplemente vivir.
Gritamos hasta quedarnos roncos hasta consumir nuestras pocas fuerzas. De pronto todos callamos como respondiendo a una señal invisible.¿ Y los otros? empezamos a buscarlos detrás de las rocas en las ondulaciones del terreno.
Allí conocí lo que era la guerra, pero la guerra de verdad, no la guerra de los libros o de las películas, esta era la guerra de Malvinas.
Improvisamos camillas, recogimos los heridos, le administramos los primeros medicamentos y morfina para calmar el dolor y tratamos de llegar lo más rápidamente a la cima de la colina.
Perdimos la noción del tiempo, ya no importaba lo que habíamos pasado, era tan espantoso, tan irreal que parecíamos estar en otro mundo. Tardamos algún tiempo en darnos cuenta de la que había pasado. Lo espantoso de lo sucedido. Habíamos recibido nuestro bautismo de fuego, muchos fueron bautizados y muertos casi al mismo momento, esos chicos no sabían de guerra, nunca le habían enseñado, habían aprendido muy tarde.
Llegamos a la cumbre de la colina y la situación se tornaba cada vez más incierta, había que tomar una determinación, si nos estaban siguiendo por tierra, había que poner un obstáculo entre los heridos y las tropas enemigas, un grupo tenia que cubrir la lenta marcha de los que llevaban los heridos, el grupo no podía ser muy numeroso ya que no había muchas municiones y tampoco muchas armas en verdadera condición de disparar, diez hombres lo máximo, pidieron voluntarios fue entonces que decidí pagar mi deuda con mis compañeros. Ellos me defendieron una vez, ahora era mi turno, yo nunca me sentí héroe, nunca fui valiente, pero esa era otra historia, otra vida que casi no recordaba. Malvinas comenzaba a tallarnos con rasgos distintos, éramos otras personas. Tenía una deuda de gratitud y estaba dispuesto a pagarla cueste lo que cueste, mi vida no me pertenecía, pertenecía al grupo.
Quedamos diez hombres, un oficial, un suboficial y ocho colimbas, los otros marcharon lo más rápidamente que pudieron, no miraron hacia atrás, no hubo despedida, no hubo lágrimas, no hacía falta, cada uno de nosotros sabía lo que sentía el otro, además estábamos bastante tristes porque habíamos tenido que enterrar a compañeros y había heridos graves.
Cavamos unas trincheras, no muy profundas, no muy parejas, lo suficientemente honda, para que nos proteja, lo suficientemente playa, para obligarnos a pelear. Quedamos diez hombres y no nos miramos, ni nos hablamos, queríamos estar con nosotros mismos, con nuestros recuerdos, nos quedaban pocas horas de vida. Comencé a limpiar lentamente mi fusil, me trajo a la memoria cuando mi madre me hacia limpiar las cañerías del techo.
Que lejos estaba todo eso, que cerca en el tiempo y que lejos en la dimensión del mismo, mamá, papá, mis hermanas, era algo lejano e irreal. Siempre habían estado a mi lado, pero ahora que más los necesitaba no podían estar. Es que el hombre debe enfrentar solo, los momentos cumbres, nacimiento y muerte. Continué limpiando el fusil y acomodando las balas, en Malvinas lo importante era matar, lo demás, casi no importaba.
No había sol, nunca hubo, siempre nublado y gris a lo lejos se escuchaban estallidos y zumbidos de aviones, sin querer moví mi brazo derecho. Famoso brazo derecho de la primaria, en la secundaria y en el club por mis tiros al aro. “Este chico tiene futuro en el básquetbol tiene un emboque fenomenal no erra ninguna” y la verdad erraba poco, siempre goleador era algo natural tenia grandes posibilidades de ir a un club de la capital y estudiar, hasta que apareció Malvinas.
Era casi de noche, se veía poco y nada, pero el enemigo estaba cerca, no lo veíamos pero lo presentíamos. Metí la primera bala en la recámara y puse suavemente mi dedo en el gatillo. Estaban allí y lo sabía, no tenía dudas, que venían hacia nosotros, que venían hacia mí, no estaba nervioso, no tenia miedo, no sentía nada, solo tenia una obligación que cumplir con mis compañeros, conmigo mismo y con mis compatriotas. Fue entonces que apreté el gatillo, el tremendo estampido, rompió el silencio, desgarró la noche y desató los espíritus y el instinto de supervivencia se apoderó de cada uno de nosotros
Fue una dura lucha, los hicimos retroceder una y otra vez, no se animaron a atacarnos de lleno, no sabíamos si por precaución o por miedo o por ambas cosas, lo cierto es que lo mantuvimos a raya, pero no teníamos más municiones y mis compañeros de resistencia fueron muriendo uno a uno, a mí me dieron en mi famoso brazo derecho, ese que me falta ahora y me dejaron por muerto. Tuve suerte, no puedo jugar básquetbol, el deporte de mis amores, pero por lo menos estoy vivo. Cuando veo un aro me invade la nostalgia, a veces la emoción. Tiraba y no erraba, ahora no puedo tirar, no podré nunca más, partes de mis sueños quedaron en Malvinas, parte de mi cuerpo también y casi todos mis afectos. Nunca podré tener amigos como aquellos. Ya nada será igual para mi, perdí mi brazo, perdí mis amigos, se me cambiaron los valores de la vida, ya no se que es el bien y que es el mal, están tan cerca unos de otros que se me confunden. Esta vez fracasamos, pero pasará el tiempo e irán otros argentino, habrá una próxima vez y entonces no fracasaran, de eso estoy seguro.
Francisco Frezzini
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